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Primavera y colores en la campiña de Guadalajara

 

Extensión de colza

Extensión de colza

Llega la primavera y con ella las lluvias tan esperadas.  En la sierra, ya notamos la cantidad de agua que llevan los arroyos y el verde……que con la lluvia va tomando color de ¡primavera!  fuerte y brillante. A estas alturas todavía vemos algo de nieve en los picos más altos del norte. Tímidamente encontramos alguna florecilla, pero por aquí todavía tendremos que esperar algunos días para la eclosión de colores y olores característicos de esta época.

 

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Extensión de colza

Bajamos un poco a piedemonte y enseguida comienza la campiña. Todo el mundo tiene una idea bucólica de la campiña inglesa, de los campos de lavanda de La Provenza o los viñedos de La Toscana. No pretendo hacer comparaciones, pero en primavera nosotros también disfrutamos del encanto de los campos cultivados.

 

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Os recomendamos que hagáis alguna parada en el camino a la sierra y os deis un paseo entre los campos de colza amarillos, mezclados con los verdes brillantes y los distintos ocres de la tierra, salpicados por almendros y cerezos que crean una gama de colores impresionante que producen la sensación de encontrarnos ante una pintura.

 

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Como no podía ser menos, el Ocejón, se eleva por encima del colorido paisaje, recordándonos que ahí está nuestra casa.

 

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Este es el momento, no dejéis pasar la oportunidad de disfrutar de nuestra campiña, porque Guadalajara es mucho más de lo que vemos al atravesarla por la autovía.

 

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Hoy 22 de abril es el Día de la Tierra, cuidemos de ella

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Subir al Ocejón, la montaña mágica

La subida al Ocejón es una excelente ruta en cualquier época del año, pero en otoño es un mirador natural excepcional para admirar el colorido de los bosques de toda la sierra, el marrón anaranjado de los robles, las manchas amarillas a lo lejos de los abedules, el verde perenne de los pinares, los chopos amarillos al fondo de los valles…

Ocejón 3

 

Además la temperatura es probable que la temperatura nos acompañe en los soleados días de otoño. Se puede disfrutar sin el extenuante calor por la subida continua en otras épocas y sin el peligroso hielo del invierno. Aunque subir al amanecer en verano es francamente recomendable.

Comenzamos  en Majaelrayo, uno de los pueblos negros que junto con Campillo de Ranas y sus barrios, son los dos únicos municipios del valle.

Cartel Ocejón

La senda está indicada y nos ponemos en camino,  bien calzados y cómodos, porque vamos a encontrar un desnivel de unos 900 metros en algo menos de 7 kms. Llevaremos agua suficiente ya que no hay fuentes y algo de comer porque cuando lleguemos a la cima, a buen seguro que nos apetecerá dar cuenta de un bocado mientras contemplamos el paisaje.

Desde el comienzo nos ponemos en una ligera cuesta arriba que se va acentuando a medida que caminamos entra jarales. Antes cruzaremos un arroyo por uno de los puentes de pizarra que hay en esta zona.

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Según subimos podemos entretenernos en distinguir los pueblos que vemos salpicados por el valle o llanura que se extiende entre el Ocejón y los profundos valles del Jarama y Jaramilla. Hubo un tiempo en que por ahí corrían con fuerza las aguas, modelando el paisaje hasta formar los ríos actuales.

Veremos  Majaelrayo ,  Robleluengo, Campillo de Ranas, un poco más y ya distinguimos nuestro pueblo, El Espinar. Mas allá aparece el pantano de El Vado. En esta parte de la ruta encontraremos un cruce de caminos, ya que desde todos nuestros pueblos se puede subir al Ocejón.

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El camino gira a la izquierda  para entrar con alivio en un robledal que nos da sombra  durante un tramo importante.  Por aquí, cuando subes por primera vez, te llevas una sorpresa, al mirar hacia la cima tienes la sensación de que el Pico Ocejón es más imponente que desde abajo. Ya vas notando la subida en las piernas y mirando hacia tu meta, te parece que no hubieras ascendido nada, incluso todo lo contrario, ahora es cuando parece que vas a subir una montaña, no te desanimes, has subido y queda menos.

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Por el robledal serpentea un camino que a veces parece que te aleja de tu objetivo girando a derecha y a izquierda….hasta que aparece la luz!! sales del robledal y te encuentras enseguida con un espacio abierto de praderas y rocas. Hay unas peñas que parece que te llamasen para hacer una parada y asomarte a toda la amplitud del paisaje que se abre, ahora también hacia el oeste y norte, mostrando un paisaje de montañas,  Campachuelo, Cabeza de Ranas, San Cristóbal y a lo lejos El Pico del Lobo, estamos en  Peña Bernardo.

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Un buen lugar para tomarse un respiro porque queda lo más duro. La parte buena es que ahora sí ves cercano tu objetivo, aparece imponente pero cercano, primero el Ocejoncillo y a la derecha el Ocejón. Aquí la vegetación va cambiando dejando atrás robles y jaras para convertirse en una vegetación de altitud. El suelo aparece cubierto por un manto de hojas verdes, pequeñas y duras, según la época con flor o con frutos en forma de bayas rojas brillantes, es la gayuba, planta muy apreciada para uso medicinal.

camino del collado de las Perdices

Desde Peña Bernardo hay que continuar caminando por la pradera hacia una estrecha senda que sube hasta un collado, el collado del Hervidero o  Perdices,  a la izquierda del Ocejoncillo. Ha sido un camino intenso de fuerte pendiente. El collado, donde el viento suele azotar con fuerza, comunica las dos laderas del Ocejón, la occidental de donde venimos y la oriental que se une con el camino de Valverde de los Arroyos. Si se intercambian dos coches, es una buena opción como variante bajar después hacia Valverde y hacer el regreso en coche.

hacia el collado

Ya desde aquí uno camina según sus fuerzas, se puede tirar un poco antes hacia la derecha por la cumbre del Ocejoncillo, o se puede pasar el collado y tomar el camino de Valverde. Nosotros cruzamos pero sin bajar del todo, bordeando el Ocejoncillo por las pizarras sueltas intuyendo una senda más o menos clara ¡¡no hay que dar un paso de más!!12

 

vista desde el collado

Finalmente ya sí que coincidimos con el camino de Valverde. Todavía nos queda subir por la cresta pizarrosa donde se han hecho incluso algunos escalones sobre la pizarra para alcanzar la cumbre con el vértice geodésico donde es típico hacer una fotografía que de fe de que fuimos hasta la cima.

Ocejoncillo y Ocejón

Cruzando el collado. A la derecha el Ocejoncillo y más allá el Ocejón

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Ocejoncillo desde el Ocejón

 

Si las nubes no lo impiden, desde allí podremos girar la vista 360º alargándonos kilómetros y kilómetros. Veremos perfectamente El Alto Rey y a lo lejos, si está despejado el Moncayo, toda la Sierra de Ayllón y más allá la Sierra de la Demanda, el Macizo del Lobo-Cebollera, Peñalara, las sierras de El Cardoso y La Puebla,  después ya la campiña y a lo lejos Madrid con sus torres sobresaliendo en el horizonte.

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Es imposible no quedarse un buen rato admirando y asimilando la belleza de todo lo que vemos.

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Llega la hora de bajar, mucho más rápida pero no más suave pues las rodillas se resienten al tener que ir frenando.

Durante el recorrido, posiblemente podamos cruzarnos con algún corzo y al mirar al cielo,  ver el elegante vuelo de algún buitre, águila etc…

Es una ruta accesible para casi todas las personas que les guste caminar, siempre que no se marquen retos ni superen su propio ritmo. El Ocejón es agradecido paro si te tienes que dar la vuelta antes, habrás podido disfrutar de unas vistas espectaculares desde los primeros metros.

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La Tierra de Ayllón

«Hubo un tiempo en el cual la Tierra de Ayllón se encontraba toda cubierta de bosques.

Orión, el gran cazador, se paseaba por sus dominios en compañía de un oso, un lobo y un buitre. Porque Orión a pesar de su fortaleza, sólo cazaba lo necesario para comer y para eso se enfrentaba a sus presas de igual a igual. Siempre que mataba una presa subía a dar las gracias a la Montaña Sagrada de Ayllón.

Montaña sagrada del Alto Rey

Montaña sagrada del Alto Rey

 

Entonces comenzó la Edad de los Hombres. No respetaron esta Tierra, no solo cazaban para comer, disfrutaban matando, incluso entre ellos mismos.  No respetaban las plantas ni los animales. Entonces Orión abandonó esta Tierra en busca de los cielos. Desde allí arriba protege a su amada Tierra de Ayllón y trata de contrarrestar el voraz apetito destructivo de la raza de los Hombres.

 

Sus inseparables amigos, el oso, el lobo y el buitre se convirtieron en montañas y formaron un triángulo mágico dentro del cual todos los animales y todas las plantas se sienten seguros.

Lobo por la Tierra de Ayllón

Lobo por la Tierra de Ayllón?

 

Buitre

Buitre en el cielo del Macizo de Ayllón

Miles de años después, justo en el solar donde antes se encontraba la morada de Orión y sus fieles amigos, deciden construir el Palacio del Viento….…¿casualidad?…….evidentemente… NO!!! «

Palacio del Viento Casa rural Al Viento del Ocejón

Palacio del Viento
Casa rural Al Viento del Ocejón

 

 

 

 

Esta bonita historia nos la ha regalado nuestro buen amigo Joaquín Castelo, que además de ser un gran naturalista y amante de esta Tierra de Ayllón en la que vive y de la que conoce cada rincón, sabe contarnos estos relatos. Le agradecemos sus historias, las imaginarias y las reales y muchas fotografías que utilizamos, sobre todo las de las montañas.

El triángulo mágico lo forman el Pico del  Lobo al noroeste, el más alto de todos, domina sobre varias tierras y está en el límite de Ayllón.

Pico del Lobo

Pico del Lobo

La Buitrera al norte, domina imponente los bosques húmedos, ahí se encuentra La Tejera Negra con sus bosques de robles, tejos milenarios y espectaculares hayas.

La Buitrera

La Buitrera

Más al sur está nuestra montaña mágica, El Ocejón, donde alguna vez habitaron los osos a los que debe su nombre. Nos protege envolviéndonos en colores.

Pico Ocejón

Pico Ocejón

Vivimos en una llanura compuesta por los sedimentos de  lo que en un día lejano fueron altísimas montañas de hasta de 7000 metros, incluido nuestro querido Ocejón, en un valle colgado entre la Sierra del Ocejón  y el profundo valle del  Jarama.

La montaña sagrada, que lo sigue siendo, es el Alto Rey, un lugar muy especial en la Tierra de Ayllón.

 Alto Rey

Alto Rey

En los días del largo invierno amanecemos viendo la cumbre nevada del Ocejón y entramos en la noche mirando como cruza el cielo el hermoso e imponente Orión. En la lejanía sentimos la presencia del  Lobo , La Buitrera y la sagrada montaña de El Alto Rey.

Cae la noche sobre la Tierra de Ayllón

Cae la noche sobre la Tierra de Ayllón

 

 

Los colores del Ocejón

 

Estrenamos Blog y nuestra primera entrada tenía que ser sin duda para hablar del Pico Ocejón que  generosamente  nos ha prestado su nombre. Es una de las montañas más emblemáticas de la provincia de Guadalajara y su silueta ya se aprecia desde la capital. Cuando el viajero se acerca a la sierra se muestra diferente, según el día, entre nubes, blanco de nieve o transparente azul.

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Ya  en  la Sierra del Ocejón, o del Robledal, como también se la conoce, sus colores varían caprichosos, y hasta pareciera que también su silueta  es distinta. Aparece majestuoso por encima del perfil montañoso  que nos rodea al oriente del valle. Desde Aquí la cima se dibuja nítida en forma de cresta de pizarras en compañía del  Ocejoncillo.

Por las cumbres del Ocejón asoma el sol cada mañana, iluminando el amanecer hasta que descubre resplandeciente el monte, con sus infinitos y cambiantes matices minerales y vegetales.

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Cuando más espléndido luce es, sin duda, en el ocaso, cuando el sol se pone entre las montañas que bordean el oeste, el Pico de San Cristóbal y la Sierra de El Cardoso. Entonces sus reflejos se tornan rosas, anaranjados, rojos… según la hora, la fecha, el tiempo…

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Dejarse embeber por los colores del Ocejón es una actividad nunca repetida, ya que a cada momento nos sorprende con una nueva paleta de colores.

El Ocejón juega, aparece y desaparece entre las nubes, a veces se cubre por completo y otras solo su cima con las caprichosas formas de las nubes a media ladera.  A veces nevado o de ocre de roble en otoño,  verde de primavera con el acento de la gayuba que tapiza las zonas más altas.

Desde cualquier rincón del valle su imponente presencia protectora se deja sentir, silenciosa y serena para admirar en todos sus tonos del casi negro como el  mineral de su entraña  hasta al rojo que engalana nuestros atardeceres.

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